Su larga y negra cabellera resbalaba por sus perfilados hombros hasta que las puntas de sus cabellos rozaban, con grácil movimiento, sobre su esbelta cintura. Coronaba su cabeza un rubio y claro mechón que se posaba y descendía sobre la negrura semejando una catarata de luz.
Su mirada despierta, muy viva, te miraba desde adentro y llegaba con su mirada hasta la parte de atrás de tus propias pupilas haciéndote sentir su alegría y vivacidad como un hormigueo y una corriente de vida.
Ella elevaba sus pasos alzada por su mirada puesta en un mundo muy alto, tan alto, que alcanzaba el espíritu y le hacía flotar, dejando a su paso una estela de luz.